Veintiséis minutos, cuarenta y siete segundos

Sara
4 min readDec 2, 2020

--

“Resting” (1887), Antonio Mancini

Querida Elena:

No puedo creer que esté escribiendo esta carta. Es cierto que hace años que no hablamos, alguna vez se me pasó la idea de llamarte por la cabeza… Pero dentro de mí creía que algún día volveríamos a encontrarnos. Que un día nos cruzaríamos por la calle, de casualidad, y nos pararíamos en mitad de la acera a charlar. A una de nosotras se le ocurriría decir de tomar un café, pero al final de la tarde ya no nos acordaríamos de cuál de las dos había sido. Iríamos a una cafetería y nos sentaríamos en una mesa al lado de la ventana, como hacíamos siempre, y nos contaríamos qué tal nos había tratado la vida. Supongo que eso ya nunca pasará.

Elena. Siempre me gustó cómo se sentía tu nombre cuando se escapaba de entre mis labios, el cosquilleo en la punta de mi lengua al golpear el paladar, una palabra de miel regalada por los dioses. Elena, tu muerte me entristece, pero también me aterra, porque ahora veo mi propia mortalidad más cerca. Una persona a la que amé ahora está muerta, bajo tierra. Tus pechos que una vez besé son besados ahora por los gusanos.

Cuando me enteré de tu muerte no sentí nada en un primer momento. Eso es lo que ocurre con las malas noticias: al principio pueden resultar engañosas, porque el escenario no cambia, el mundo sigue moviéndose a tu alrededor, así que no te das cuenta de inmediato del impacto del golpe. Me despedí de la persona que me dio la noticia, ya no recuerdo con qué palabras, y volví a mi casa. Empiezo a recordar con nitidez en el momento en el que me estaba descalzando, sentada en el borde de la cama. Ahí fue cuando empezó a circular de nuevo la sangre por mis venas — eso es lo que tardó mi corazón en latir de nuevo, veintiséis minutos y cuarenta y siete segundos, lo que tardé en volver a casa y quitarme la bota izquierda. Ahí fue cuando de verdad empecé a sentir tu muerte recorriendo mi cuerpo de arriba abajo, desde las puntas de los dedos hasta el pecho.

Te lloré, recordándote hermosa en la película de recuerdos que desplegaba mi memoria: cuando bailábamos juntas, la primera vez que nos acostamos, el aire reflexivo que obtenías cuando mirabas por la ventana del copiloto, con tu mano posada en mi muslo mientras yo conducía, tus labios, tu risa. Eras tan joven y tan guapa. Después, solo sentí vacío.

Y ahora cojo este bolígrafo y este folio en blanco con la esperanza de que unas palabras lanzadas contra la nada, una carta dirigida al viento, me consuelen y me quiten la espina de un último adiós no satisfecho. Para hacerme más fácil la tarea, me he pillado unas cervezas (las que siempre bebíamos de noche en tu cocina) y brindo yo sola en tu honor.

Te quise tanto. Lo sabes, ¿verdad? Recuerdo mejor los lunares de tu espalda que los motivos por los que nos separamos. Aunque eso es una mentira, por supuesto, porque no hay manera de que olvide nunca esos últimos días tan dolorosos, las peleas, las discusiones, las noches en vela juntas llorando sin consuelo por tener que despedirnos.

Cómo te quise, Elena. Y ahora tu pecho lo besan los gusanos. Te moriste tan pronto, en un parpadear de ojos. Existías y, simplemente, dejaste de existir. Nadie lo pudo prever, literalmente un golpe de mala suerte. ¿O quizá no fue un accidente? ¿Y si todo estaba escrito? Si yo fuera dios, también te querría conmigo en el cielo.

Elena, ayer sentía mi existencia como algo sólido, firme, de lo que no se podía dudar. Hoy, mi existencia es tan endeble como la gelatina. Me voy a la cama sin tener claro si estoy donde debo, si estoy satisfecha con las decisiones que he tomado, temiendo cuánto tiempo pueda quedarme en esta tierra. ¿Y qué habrá después de la muerte, si es que hay algo? Entre tú y yo, ¿no podrías saltarte las reglas y contármelo?

Me pregunto cómo te habrá tratado esta última década en la que no he sabido de ti, cómo habrán sido tus últimos años, si habrás muerto orgullosa de quién eras, feliz de la vida que habías construido. Yo… Ayer te hubiera dicho que sí. Hoy, que siento el gélido aliento de la muerte en la nuca, no lo tengo tan claro. Espero de corazón que hayas sido feliz, Elena. Lo espero de verdad.

Te quiere,

Sofía.

--

--

No responses yet